15.02.2009
En la literatura de cordel del nordeste brasileño, tres personajes
históricos destacan con fuerza: el bandolero Lampião, el ex presidente de la
República Getulio Vargas, y el Padre Cícero.
Como siempre, lo que importa es la leyenda, el símbolo, la visión
mitificada. El personaje real sigue siendo objeto de controversias, y por eso
la Iglesia Católica no se decide a santificar oficialmente al "santo"
más popular de Brasil.
El padre Cícero (1884-1934) fue un líder político-religioso de la
estirpe de Antonio Consejero, el profeta que vertebra la excepcional
novela La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. Llegó joven al
poblado de Juazeiro, donde nada había, y lo transformó en una ciudad más
importante que Crato, de la que siempre había dependido administrativamente.
La explicación de este formidable desarrollo es el
movimiento de peregrinación que llevó a este lugar a un número
creciente de personas atraídas por un fenómeno extraño: a partir
de 1889, y durante los dos años siguientes, la sagrada forma se
transformaba en sangre en la boca de la beata María de Araújo siempre que el
Padre Cícero le administraba la eucaristía. Se crearon dos comisiones para
estudiar el caso: la primera apoyó la tesis del milagro, pero la segunda se decantó
por el fraude, costándole la excomunión al Padre Cícero (tal vez no efectivada)
y la reclusión de por vida en un monsterio a María de Araújo.
Aunque en vida nunca dejó de tener una gran influencia política en toda
la región del Nordeste, el personaje que llega a nuestros días es el profeta y
el santo milagroso, al que se invoca hasta hoy y al que se atribuyen numerosos
prodigios incluso después de su muerte.
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