10.02.2008
Las dos estatuas más populares de América (la
Estatua de la Libertad en el hemisferio norte, y el Cristo del Corcovado, al
sur) presentan toda una serie de curiosos paralelismos e interconexiones que
sugieren que, al menos al erigir la escultura de Río de Janeiro,
inaugurada en 1931, se tuvo bastante presente a su prima del norte, casi
cincuenta años mayor, lo que en realidad es muy poco en el mundo de las
estatuas: sería como dos primas de carne y hueso que se llevaran dos o tres
años. Hasta se parecen un poco de cara, las dos igual de inexpresivas.
Para la gran estatua norteamericana se volvió la
mirada a la antigüedad clásica para darle figura humana a un símbolo laico,
republicano, ilustrado, o, como mucho, protestante o masón. Sea como fuere,
esta gran estatua colocada a las puertas de Estados Unidos, junto a su
principal puerto, daba la bienvenida a una tierra marcada de esta manera como
no católica. "Roma no tiene influencia sobre este nuevo mundo", dice
con su severa mirada la Estatua de la Libertad.
La Iglesia Católica centró entonces sus esfuerzos
en aproximarse al poder de la que se creía la potencia mundial emergente de
América del Sur, y culminó el proceso con los acuerdos de la época de Getulio,
comenzando con marcar católicamente a la totalidad del país colocando esa gran
estatua en la cumbre del Corcovado. Jaque a los infieles.
El Cristo sería el mascarón de proa de Brasil. La
alta cara blanca que verían los extranjeros desde muy lejos. Sólo que bajo los
pies del Cristo se extendía un denso bosque tropical, por el que pululaban sin
descanso divinidades mucho más antiguas...
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