31.08.2008
Me interesan los místicos. Más aún desde que me
di cuenta de que es el único aspecto de la religión que sobrecoge a Bertrand
Russell. Al filósofo y matemático le descoloca el hecho de que todos los
místicos de las más diversas religiones del mundo, y a lo largo de los siglos,
hayan coincidido en los principios básicos para describir el universo.
Por eso me decidí finalmente a leer a Santa
Teresa.
Dice la santa que llorar durante la oración es
muestra de una merced divina, que ella sólo alcanzó después de decidir ser
monja.
Sobre este punto, creo que cabe hacer un
paralelismo entre la experiencia mística y la estética, que también arranca
lágrimas. También me ha llamado la atención el lenguaje similar empleado para
el amor divino y el humano, tema muy manido, pero que he visto renovado ante
mis ojos al toparme en el Libro de su vida con la
siguiente frase: “porque en apartándoos un poco de mí, daba con todo en el
suelo”, frase que repitió casi literalmente, en una canción de amor del siglo
XX, la gallega Luz Casal (“Porque sé que si me dejas, besaré el suelo otra
vez”).
Por último, y aunque creo que iré dejando aquí
más apuntes sobre el libro de Santa Teresa a medida que lo vaya leyendo, me
pregunto si esta autobiografía es el estupendo manjar para psicoanalistas que a
mí me parece:
La figura del padre es muy absorbente. La santa
declara mayor amor y admiración por el padre que por la madre (esta sería el
mal ejemplo como lectora de libros de caballería, frente a los buenos libros
del padre; además se habla del padre en numerosas ocasiones en las que la madre
se omite). ¿No habrá en la entrega a Dios una sublimación del amor por el
padre? ¿No será más realizable la unión con Dios que con el padre? También, y a
pesar del tremendo carácter de Santa Teresa, me entra una duda: ¿no se trasluce
la meta de toda mujer de ser esposa? Y por lo tanto, ¿existe meta más alta en
este contexto que ser esposa de Dios? De esta manera, el tomar los hábitos
supondría un movimiento de paradójica pero enorme vanidad (Dios no lo quiera).
El último apunte sobre el tema del padre es que
Santa Teresa, a la hora de buscar un mediador celestial, eligiera como el mejor
a San José, el padre por antonomasia. Es demasiada coincidencia para tan pocos capítulos.
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