domingo, 26 de noviembre de 2023

El cantar de los cantares


 

05.03.2008

Me gusta comenzar el día escuchando la canción de James Blunt, “la canción”, que al fin y al cabo es una manera de orar. Todo el mundo se dio cuenta cuando apareció en las radios. Nadie osó ponerle ningún reparo. Todas las personas de todos los países de la Tierra sintieron de alguna manera que aquella canción era una especie de milagro. Y la letra, para quien pueda entenderla, sólo redunda en su rara perfección. Se trata de una canción de amor, por supuesto. Relata la historia de una persona común que, inmersa en la rutinaria grisura del metro, se ve sorprendida por el fogonazo de un intenso amor a primera vista. Que, allí abajo, entre el aire recargado de cansancio, y entre la masa triste de gentes, encuentra un punto luminoso hacia donde anhelar. Se trata de un sentimiento comprensible para cualquier hombre y para cualquier mujer, desde analfabetos hasta astrónomos. “Un sentimiento popular que nace de mecánicas divinas”, dijo Battiato. Por definición, alguien no se enamora de un ser humano, sino de un espejismo, de un símbolo, una señal, una puerta, un camino, un inicio de otra cosa. Y el afán de fusión, ese estirar la mano a través del otro para rozar lo inefable, y desaparecerse, aporta al acto sexual una dimensión trascendente, que entra de lleno en el terreno de lo religioso. Todo aquel que ha estado alguna vez enamorado tiene, por lo tanto, vocación religiosa. Esto no puede negarse. Tal vez sea el amor, el amor-pasión de Stendhal, un disfraz más accesible, menos abstracto, una corporeización visible y comprensible del deseo de unirse a la totalidad tan propio de los místicos.


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Filipetas - 4

 04.05.2010 Y esta me la dieron las pasadas navidades muy cerquita de... la Basílica de Nuestra Señora del Pilar (Zaragoza).