24.04.2008
Considera Mircea Eliade que la contemplación de la bóveda celeste fue
una de las primeras formas que tuvo el hombre primitivo de sentirse apabullado
ante lo inmenso, y de empezar a darle forma al concepto de lo sagrado.
El caso es que, en contadas ocasiones (muy raras para los individuos,
pero frecuentes, al final, para la humanidad), las masas también
pueden intuir lo apabullante, lo insondable, lo excesivo, ante una persona
concreta. Ante las palabras de una persona concreta.
Son discursos como océanos nocturnos, envolventes, oscuros,
inaprensibles, desmedidos, profundísimos, ajenos o enajenados, con diminutas
áreas de contacto con las costas de la razón, y de lo razonable. Son discursos
anómalos. Discursos-monstruo.
Son las palabras del profeta, del oráculo, del poeta.
Escribe,
por ejemplo, Maria Fé Nevares en Literaturas.com en referencia al novedoso
autor de Bombardero, el escritor peruano César
Gutiérrez:
"Conocer a Cesar Gutiérrez es casi tan espectacular como leer su
libro: alucinado, febril, caótico y tremendamente lúcido. A César lo conocí
casi gritando sus poemas en un recital de Barranco, donde vivo. Lo encuentro
exclusivamente de noche, en estos bares y siempre me sobrecoge la misma cosa de
él: No siempre sé de qué esta hablando, pero escucharlo hablar es fascinante,
porque todo lo que dice tiene una percusión tan grande que aun si no lo
entiendo todo el tiempo, está clarísimo que contiene algo tremendo".
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